jueves, 4 de noviembre de 2010

«Es el déficit, estúpido», clave del 2-N

«ES la economía, estúpido» figura entre las consignas legendarias de la política norteamericana desde que, en 1992, sirviera para fijar el rumbo de la travesía que llevó a Bill Clinton desde Arkansas a la Casa Blanca. Trascurridos 18 años —con la recesión más larga registrada en medio siglo—, la economía sigue siendo el centro del debate electoral en Estados Unidos. Sobre todo el déficit, que alguien tendrá que pagar, se ha convertido en argumento principal del 2 de noviembre.
De acuerdo a los datos del Departamento del Tesoro, cuando el presidente Obama tomó posesión, Estados Unidos tenía una deuda nacional de 10,6 billones de dólares. Números rojos que durante los dos últimos años han aumentado en tres billones de dólares hasta rondar los 13,7 billones. Con previsiones oficiales de que esa cifra llegue a 16,5 billones para el final del primer mandato de Barack Obama. Lo que superaría en más del cien por cien todo el valor de la mayor economía del mundo.
Esa ingente acumulación de deuda —con un déficit federal para el ejercicio que terminó el 30 de septiembre de 1,2 billones de dólares— figura en el centro de la vida política de Estados Unidos. En esos números rojos se explica la génesis del «Tea Party», la forma en que los republicanos han ejercido su oposición a las reformas de Obama y la posición defensiva que tienen los demócratas en este ciclo electoral. Con limitados resultados que ofrecer a pesar de su fe «keynesiana» plasmada en multimillonarias iniciativas de estímulo económico.
El grupo de «sabios»
Más allá de la batalla electoral, Washington espera las recomendaciones de una comisión bipartidista de «responsabilidad fiscal». Grupo de 18 «sabios» encargado de formular para primeros de diciembre una hoja de ruta que permita equilibrar las cuentas. La última vez que el gobierno federal operó con un superávit presupuestario fue durante los buenos y viejos tiempos de la Administración Clinton, entre 1998 y el 2001.
Un punto de especial controversia es la extensión de los recortes de impuestos promovidos por la Administración Bush. Medida que la Casa Blanca solo respalda para los contribuyentes que declaren menos de 250.000 dólares al año. Según Obama, Estados Unidos no se puede permitir un coste estimado en 700.000 millones de dólares durante diez años y «continuar pagando intereses a China o a quien esté dispuesto a seguir comprando nuestra deuda».
En cualquier caso, subir la presión fiscal de las rentas más altas no es suficiente para solucionar los problemas de gasto público en Estados Unidos. Este año, debido a la crisis, los ingresos de Washington por impuestos serán un 15% del Producto Interior Bruto (PIB) estadounidense, la porción más pequeña desde 1950. Con previsiones de que para el año 2020, con los más ricos pagando más, los ingresos fiscales lleguen al 20% del PIB. Lo cual seguirá siendo insuficiente para cubrir un presupuesto público estimado en 24% del PIB estadounidense.
La gran duda es si el poder compartido que previsiblemente saldrá de los comicios del próximo martes va a servir para hacer frente a la insostenible combinación de menores ingresos en las arcas públicas y el aumento del gasto asociado con cuestiones trascendentales como las pensiones y la cobertura sanitaria de la Tercera Edad. Según explicaba recientemente al «New York Times» uno de los miembros de la comisión de «sabios» convocada por Obama, «parece que lo que todos quieren es limitarse a discutir».

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