jueves, 4 de noviembre de 2010

Nagoya: bocanada de aire para la ONU, un poco de luz para la biodiversidad

El acuerdo obtenido en Nagoya (Japón) para tratar de frenar la desaparición de las especies es una bocanada de aire para la ONU, sumamente criticada, y un poco de luz dirigida hacia la biodiversidad, un tema que queda a menudo en segundo plano de las negociaciones climáticas.
Procedimiento de votación por unanimidad superado, posturas y tácticas de negociación desconectadas de la importancia de los temas, grandes reuniones costosas pero inútiles: el sistema de negociaciones multilaterales de la ONU recibió una catarata de críticas después de la cumbre sobre el clima realizada en diciembre pasado en Copenhague.
El resultado positivo de la reunión de Nagoya, en la que participaron los 193 países firmantes de la Convención sobre la Diversidad Biológica (CBD) fue ante todo un gran alivio: hasta último momento en la noche del viernes, el espectro de un nuevo fracasó planeó sobre la reunión.
Para frenar el ritmo de desaparición de las especies (anfibios, aves, mamíferos o plantas), el acuerdo declina una serie de objetivos para el próximo decenio con, por ejemplo, 10% de zonas protegidas en los océanos (menos de 1% actualmente) y 17% en tierra (13% actualmente).
Tras años de negociaciones, crea asimismo un marco legal para compartir los beneficios (farmacia, cosmética) procedentes de los recursos genéticos de los países del Sur, que albergan lo esencial de las especies del planeta.
"Un acuerdo aquí puede ayudar en Cancún (México, donde tendrá lugar en noviembre la próxima negociación sobre el clima) al mostrar al mundo que las negociaciones multilaterales pueden terminar con progresos reales", estima Izabella Teixeira, ministra brasileña del Medio Ambiente.
No obstante, pese al resultado positivo, la prudencia se impone en las conclusiones a sacar del mismo.
La importancia de los temas es diferente: en Copenhague, los países trataban de ponerse de acuerdo sobre objetivos vinculantes de reducción de sus emisiones de gases de efecto invernadero. En Nagoya, los objetivos adoptados para 2020 no son vinculantes.
Además, desde la descepción de Copenhague, las negociaciones sobre el calentamiento climático están estancadas, y el inmovilismo al respecto, al menos temporario, de Estados Unidos deja poco espacio para el optimismo.
Nagoya ha permitido ante todo recalcar el papel crucial de los ecosistemas (para el agua, la alimentación, la salud, etc.) más allá de las especies emblemáticas de las que más se habla, como el oso panda o la ballena.
"La crisis climática ha conquistado el espacio mediático como nunca antes, pero, en cambio, sigue siendo difícil movilizar sobre la biodiversidad, y a menudo esa movilización se limita a los buenos sentimientos", lamentaba esta semana el príncipe Alberto de Mónaco.
Sin duda habrá avances al respecto tras el éxito de esta cumbre y la creación probable en los próximos meses de un organismo de peritaje científico que ofrezca una herramienta fiable de evaluación, como ya existe desde 1988 para el clima.
"Hay una diferencia de tiempos", estima Jean-Pierre Thébault, embajador de Francia delegado al Medio Ambiente. "En Nagoya, hemos hecho lo que se hizo en 1997 en Kyoto sobre el clima: es la etapa en la que se reconoce políticamente la importancia del tema", dijo

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