viernes, 12 de noviembre de 2010

Omán trata de mantener el equilibrio entre Irán y EEUU

El Shinas sale puntual del puerto omaní de Al Jasab a las dos de la tarde. Enseguida alcanza los 50 nudos y sobre el agua sólo queda una estela blanca de espuma. El paisaje es espectacular. Las paredes de roca descienden en picado hacia un mar verde azulado cuya tranquilidad resulta engañosa. Estamos en el estrecho de Ormuz por donde pasa un tercio del petróleo que se comercializa en el mundo, y que la República Islámica de Irán, el vecino de enfrente, amenaza con bloquear cada vez que EEUU aumenta la presión para que renuncie a su controvertido programa nuclear.

¿Sería posible? Apenas medio centenar de kilómetros separan la costa iraní de la península de Musandam, enclave omaní en territorio de Emiratos Árabes Unidos (EAU). Pero la zona de navegación internacional que conecta el golfo Pérsico (Arábigo para los árabes) con el mar de Omán se limita a dos canales de 3,6 kilómetros separados por una distancia similar.
El eventual cierre de esta vía de agua pondría de rodillas a todo el planeta. Por aquí sale el 90% del crudo que exportan los países ribereños del Golfo, 17 millones de barriles, entre un 30% y un 40% de todo el petróleo que se comercializa en el mundo, según los últimos datos de la Agencia Internacional de la Energía¬. A ellos hay que sumar otros dos millones de barriles de derivados del petróleo, además de gas natural licuado y la mayoría de los suministros militares que necesitan las tropas estadounidenses en Irak y otros países de la zona.
Las amenazas iraníes no son nuevas. De hecho, su repetición periódica en boca de políticos o militares les va restando valor noticioso. Sin embargo, en los últimos meses esas mismas declaraciones apuntan a que la Guardia Revolucionaria, o cuerpo de pasdarán, está preparando a su rama naval para una guerra asimétrica, es decir, ataques no convencionales.
Los pasdarán, el ejército ideológico del régimen iraní y el verdadero poder militar de la República Islámica, recibieron el mando sobre sus fronteras marítimas en 2007, a la vez que se excluía a la Marina regular. Desde entonces, ese país ha invertido en una flota cada vez mayor de lanchas rápidas que, según dan noticia sus medios de comunicación, están armadas con misiles, torpedos y minas.
Durante la hora que el Shinas tarda en salir al mar de Omán, nos cruzamos con dos petroleros que se dirigen vacíos hacia el golfo Pérsico, un ro-ro y otro carguero. Aunque a ojos de un profano resulte difícil imaginar un obstáculo que impida el paso a semejantes mastodontes, el minado de las aguas o la mera posibilidad de lanchas suicidas convertiría la navegación en una ruleta rusa. Eso dispararía el coste de los seguros y por consiguiente el precio del barril de crudo.
Ya sucedió durante la guerra de los petroleros en el conflicto entre Irán e Irak (1980-1988). Pero no hace falta irse tan atrás para percatarse de la facilidad con que puede estallar una tormenta de alcance mundial. A principios de 2008, estuvo a punto de producirse un enfrentamiento cuando una lancha de la Guardia Revolucionaria se aproximó a un navío de guerra estadounidense y, según Washington, amenazó con "hacerlo explotar". La acusación fue desmentida por Teherán, lo que no evitó que el mero rumor del incidente elevara tres dólares el precio del petróleo.
De acuerdo con la legalidad internacional, Irán y Omán se reparten el control del estrecho de Ormuz. Sin embargo, resulta evidente que el poder militar de la República Islámica es muy superior al del sultanato, cuyo dominio de la costa iraní se había evaporado para el siglo XIX. El mero peso demográfico, 77 millones de nacionales frente 2 millones, justifica la neutralidad y la prudencia de las que hace gala el sultán Qabús. El monarca se esfuerza por mantener relaciones cordiales tanto con Washington como con Teherán.
Esos lazos de buena vecindad contribuyen a mantener el equilibrio regional, pero también dificultan una postura árabe común frente a la creciente influencia de la República Islámica y ayudan a esta a burlar las sanciones comerciales internacionales. Es un secreto a voces que el puerto de Al Jasab constituye, junto al de Dubai, una de las principales vías de abastecimiento del mercado negro iraní.
Mientras en uno de sus muelles los viajeros suben a bordo del Shinas para trasladarse a Mascate, la capital de Omán, en los otros tres un enjambre humano se afana en cargar decenas de planeadoras hasta por encima de las amuras. Empieza a caer la tarde y los contrabandistas iraníes se organizan para alcanzar la costa de su país al amparo de la noche.
Las embarcaciones han llegado al amanecer cargadas de corderos, cabras y productos agrícolas. A veces, también droga procedente de Afganistán. La mercancía se vende en el llamado zoco iraní. Tras el almuerzo, se prepara el regreso. En los fardos, envueltos en plástico para protegerlos del agua durante la travesía, viajan el último i-Phone, los portátiles Vaio de Sony o las impresoras HP que luego se encuentran en el Paytajt, el gran bazar de la electrónica de Teherán. Asimismo, aparatos de aire acondicionado, motocicletas y antenas parabólicas. Incluso cajas de licor, cuyo precio se dispara en la República Islámica, donde impera la ley seca.
Es un negocio arriesgado. No en Omán, donde la ausencia de tasas aduaneras permite la libre importación y reexportación de cualquier producto legal, sino al abandonar sus aguas. Al peligro de chocar con uno de los grandes barcos que cruzan el estrecho, se une el de ser descubierto por la Guardia Revolucionaria al desembarcar en Irán.
"El volumen del contrabando es de tal envergadura que no es posible que se realice sin su colaboración", afirman sin embargo fuentes diplomáticas en la zona. Refuerzan esa idea los testimonios de algunos traficantes que aseguran que los guardias suelen cobrarles un peaje, pero rara vez confiscan la mercancía. De hecho, el líder opositor Mehdi Karrubí denunció en 2002, cuando era presidente del Parlamento, que los pasdarán controlaban una red de 60 puertos ilegales en el sur de Irán. Por ahí entraría más de la mitad de los productos que escapan al control aduanero y cuyo, según los analistas, asciende a 12.000 millones de dólares al año.
Los pingues beneficios de ese negocio y el hecho de que Irán, el quinto exportador de de petróleo del mundo, también expide la mayoría de su producción a través de Ormuz, hacen pensar que un eventual cierre del estrecho dañaría a ese país tanto o más que a sus enemigos. La tensión, sin embargo, mantiene alto el precio del barril, algo que sin duda le beneficia.
Nadie quiere asumir riesgos. EEUU tiene desplegados en la zona una veintena de navíos de guerra, entre ellos el portaviones Harry Truman y al menos tres submarinos. Además, Bahrein y Qatar albergan la V flota y el Mando Central del Ejército norteamericanos, respectivamente. El Reino Unido tiene una base aérea en Omán, mientras que Francia inauguró el pasado junio una instalación militar en Abu Dhabi, la capital EAU. Incluso ese país ha reconocido estar preparándose ante un eventual cierre de Ormuz con la apertura de una base naval en Fujairah (sobre el mar de Omán), hasta donde está construyendo un oleoducto que le permitirá exportar parte de su producción petrolera sin cruzar el estrecho.
El propio Omán está invirtiendo en alternativas a ese paso. Por un lado, el sultanato está desarrollando su red de puertos, con la ampliación del de Salalah y la construcción de otro mayor en Duqm. Por otro, planea una línea ferrocarril que comunicará esos fondeaderos con la frontera de EAU, parte de un proyecto más ambicioso que busca unir a todos los países árabes ribereños del golfo Pérsico desde Kuwait.

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